Aunque hablar de cólera pueda hacernos pensar en grandes pandemias del pasado, lo cierto es que según datos de la Organización Mundial de la Salud, cada año fallecen entre 100.000 y 200.000 personas en el planeta a consecuencia de la Enfermedad Diarreica Aguda, sintomática del cólera y del bacilo responsable de su transmisión: Vibrio Cholerae.
Nos encontramos ahora pues, frente a la séptima epidemia mundial de cólera, originada en Asia en 1961 y transmitida una década después al continente africano, para finalmente alcanzar países de Sudamérica como Perú y Argentina a principios de los 90
Más de un siglo antes y durante la segunda gran epidemia de cólera en Inglaterra, John Snow, padre de la epidemiología moderna, ya tenía en el punto de mira la famosa “bomba londinense de agua de Broad Street” como potencial foco transmisor de la enfermedad, frente a quienes postulaban otras teorías “contagionistas” que derivaron en estrictos confinamientos y cuarentenas de enfermos a modo de apestados, o sugerían que la transmisión podía deberse al transporte aéreo de miasmas procedentes de la materia orgánica en descomposición.
John Snow, identificó el foco mediante un minucioso y concienzudo estudio epidemiológico del que extrajo un clarificador mapa de fallecidos y afectados en torno al letal abastecimiento público de agua, que finalmente determinó que era el agua de consumo, mezclada con materia fecal procedente de los sistemas de evacuación de residuales, la causante de la rápida proliferación de la enfermedad.
30 años después de su fallecimiento, Rober Koch consiguió aislar e identificar el Vibrio Cholerae, otorgando a la hipótesis de Snow total crédito, y reconociendo el valor científico de su investigación.
De los más de 200 serotipos de cólera conocidos actualmente, la mayoría cursan de forma asintomática o leve. Tan sólo los serogrupos toxigénicos O1 (y O139 (endémico de Asia Sudoriental) han sido relacionados con el cólera epidémico a través de las toxinas CT (enterotóxica) y TCP (toxin coregulated pilus, capaz de colonizar el intestino delgado).
En su forma más severa y desde las 2 horas hasta 7-8 días desde la ingesta del alimento o agua contaminada, el cólera produce diarreas acuosas, calambres en las extremidades y fuerte deshidratación, pudiendo derivar en acidosis metabólica, fallo renal y causar la muerte en cuestión de horas.
La prevención mediante vacunas anticoléricas o suministros de agua garantizados, unida al uso de sales de rehidratación de administración oral, suele ser el medio más eficaz para reducir la rápida propagación de una enfermedad que suele transmitirse a partir del agua contaminada o los alimentos, principalmente de origen marino, crudos o insuficientemente cocinados, tales como moluscos bivalvos o peces de estuario.
Es precisamente en estuarios (recordemos que el reservorio original del patógeno es el Delta Ganges -India-), donde se mezcla el agua dulce y más contaminada de los ríos con el agua salada del océano, donde la bacteria encuentra un hábitat idóneo para desarrollarse.
En esta línea cabría mencionar que no hace mucho, el laboratorio de referencia del sector pesquero gallego, Anfaco Cecopesca, identificó al patógeno en una muestra de panga (pangasius hypophthalmus, criado en régimen de acuicultura en el delta del Río Mekong -Vietnam-) tomada de forma aleatoria en un supermercado de Vigo.